Las mentiras que nos contamos
Voy a terminar el año con un ejercicio de sinceridad, que me he tomado una caña y se me ha aflojado el disimulo.
Alguna vez he dicho que escuchar dramas, contradicciones y gestiones vitales de otros me ayuda a relativizar, a reconocer que no estoy tan mal o que al menos estoy en el equipo de los que sobrevive con estilo. Bueno, pues es mentira. O al menos no es verdad siempre.
Voy a terminar el año con un ejercicio de sinceridad, que me he tomado una caña y se me ha aflojado el disimulo.
He vuelto al Lugarcito, esa taberna de Antón Martín donde reflexioné por aquí sobre una historia completamente prescindible y que os encantó. Normal, a mí también me gusta un chisme, sutil o no.
En el Lugarcito vengo a comer sola cuando tengo exceso de ruido mental. Esto suele suceder en los momentos de espera sin referencias explícitas de qué puedo esperar, vamos, cuando la incertidumbre se infla y se pone guirnaldas para que se la vea y se la sienta.
Había bastante gente, y al menos en dos mesas estaban hablando de una relación que se está acabando a cámara lenta, y una que lo hizo el fin de semana pasado a cámara más rápida.
No, ninguna me ha servido de consuelo. A veces el chisme ajeno no funciona, lo asumo.
Mientras llegaba el plato (otra vez he incluido boniato) me he metido a IG y había un post que decía que tenemos que saber diferenciar entre miedo e intuición. Que a veces lo que araña los pensamientos es una inseguridad sin base real hoy, pero que otras es tu vibra sabia avisándote de algo.
Esta última al parecer se siente en la zona del plexo solar. Y claro, yo venga a pensar dónde estaba sintiendo el runrun y si sabría diferenciar entre plexo solar estresado y estómago revuelto.
Otra mentira que me cuento a veces por no hablar más despacio, es que no soy una mujer cariñosa. Y bueno, es cierto, pero con matices y solo al principio.
Cuando empiezo a construir un vínculo no lo hago desde el abrazo espontáneo, la mano entrelazada, un beso porque sí o mensajes de “Buenos días, princeso”. Todo esto, para mí, requiere ir sin la coraza y yo no sé quitármela rápido, aunque estoy abierta a aprender. Esta situación puede ser un problema, porque si vienes con tu gesto cariñoso veloz y confiado, igual me pillas desabrochando la armadura, te chocas con ella, te haces un chichón, no sabes que estoy en proceso de relajarme, y ya tenemos follón.
Yo construyo desde la escucha activa, la observación, planes que van sumando elementos, una propuesta distinta, un ratito más largo, unas caricias que se van escapando sin permiso, una conversación que masajea la confianza, haciendo caso al cuerpo que siempre lleva el relajo por delante, y sobre todo con espacio para quitarme la coraza sin que nadie se lleve golpes innecesarios.
Como yo sé que estos movimientos no son aptos para todos los ritmos, trato de ser benévola con la velocidad ajena, flexible, como la naturaleza que aguanta todas las estaciones.
Doy lo que quiero recibir, un poquito de calma y movimiento en buena sincronía. Un ir hacia adelante sin entrometerme de manera brusca en cómo el otro va a abrirle las ventanas a la confianza.
Pero claro, aquí llega ese ruido blanco, constante, no muy molesto, pero sí desconcertante. Cuando eres flexible, a veces la única que se mueve eres tú, y fluir es un verbo que solo tiene sentido si es sincronizado. Si no, es adaptación al medio y eso en vínculos no tiene ningún sentido. En un vínculo no estás para sobrevivir, estás para compartir, crear, sumar.
He salido de mi taberna preferida acordándome del mensaje que le he mandado esta mañana a mi amiga del colegio, que cumple años hoy, y donde una de mis frases estrella y que le ha provocado bastante risa ha sido sobre mi resumen del año: Vaya viaje, ¡hostia puta!
Perdonad mi vocabulario, cuido mucho como hablo el 90% de las ocasiones, pero a veces se me acumulan malas palabras y en algún lado las tengo que dejar.
Pues eso, que vaya trote ha llevado 2024. Yo he escuchado muchas historias, de todo tipo y nivel dramático. Algunas cómicas, otras desesperantes. Muchas me han servido para sacar aprendizajes propios y otras para escapar de lo ajeno, pero no me ha faltado una semana sin esa incertidumbre densa que ya tiene su forma hecha en el sofá.
La incertidumbre detrás del ¿y si me paso de optimista? La incertidumbre detrás del ¿me van a decir que sí, verdad? o del ¿todo va bien, no? La incertidumbre detrás de todas las dudas que quieren confiar en el sí, y aún no tienen la clave secreta para sostenerlo en el tiempo y en el silencio.
Reflexión vertida, yo al 2025 yo le pido hacer menos preguntas y tener más respuestas, en general y en particular. Sé que no será fácil, pero haré todo lo posible por ponérmelo sencillo.
😍 Recuerda que si comentas, compartes un trocito de tu lectura o interactúas conmigo, me ayudas a llegar a más gente. Y te lo agradezco mucho.
📖 Para comprar mi último libro, El sofá de Carmen, puedes hacerlo desde la web de la Editorial Nazarí o en tu librería preferida, que siempre es mi opción preferida. Recuerda que si no lo tienen siempre puedes encargarlo.
📻 Si quieres escuchar todas las conversaciones y recomendaciones de libros del podcast Bajo el limonero, aquí tienes el enlace directo.
Pd: pendiente vacaciones creativas en alianza.
Me gusta hacer un ejercicio para distinguir el miedo de la intuición como tú dices. Pero incluyo también otro concepto que me ha ayudado mucho a tomar decisiones: la duda. Para mí la duda es NO rotundo, mientras el miedo suele ser un SI. Ahí observo si me da miedo o no estoy segura, que no es lo mismo. La duda me aprieta el estómago. El miedo intentará hacer dudar, pero la intuición, si es buena, desbloqueará ese miedo, sintiéndose mi cuerpo estimulado por un efecto tipo “humo de discoteca” que circula del plexo al corazón diciéndome: oh yeah madafaka. Ojalá fuera yo tu utilizando solo un 10% de palabras chungas xD. ¡Que me gusta ser cani!