El ruido, el nido y una boda
A veces pienso que estoy mejor cuando (me) miro desde fuera.
Fuera de Madrid, de Lisboa, de este trabajo, de una relación, de mi historia.
Miro mejor con perspectiva, y esto es complicado porque de manera cotidiana hay que saber observar de cerca. Quiero volver a hacerlo bien y me revuelvo nerviosa intentando atrapar un cómo que me hace cosquillas de lo cerca que está.
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No sé donde quiero estar, (¿debería saberlo?) pero sé que Lisboa se difumina a medida que se hace grande el ruido. Esta ciudad acoge más voces de las que está preparada para abarcar y siento que está tan desesperada como yo por encontrar el silencio de unos cientos de `nómadas´y maleducados menos.
Estas vacaciones desconecto de la ciudad para ir a acariciar Galicia. Voy a descubrir Ourense para sacarla de mis ideas y ver si se deja pasear, si podría ser un lugar-nido.
La ventaja de no saber es que tienes que tienes todo por descubrir.
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Siento mucho las voces que estropean una casa preciosa. Las siento, en la piel y la cabeza, y siento que sea el motivo de ruptura.
La necesidad de escuchar nada se me está haciendo grande con los años, crece más rápido que mis opciones, y vivo en el equilibrio efímero que generan los pájaros cantando más fuerte que el vecino.
Me aferro a las palabras bonitas que digo cuando hablo de Lisboa, pero poco a poco me van sonando a mentira. No porque dejen de ser verdad, si no porque empiezan a no compensar.
La luz, el río, el tiempo dilatado, la cerveza barata y los parques aislados, no tienen escaños suficientes para hacer el pacto que me trajo. No suman para hacer nido.
Un nido de ramitas, hojas, cortezas. Un nido como esos que les veo hacer a los pájaros de los documentales que van llevando cualquier cosa que encuentran en el camino y que intuyen puede dar solidez, refugio y calor.
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G y D se han casado hace unos días y yo, escuchando unos votos con más verdad que promesas, me preguntaba cómo han conseguido hacerse hogar durante 20 años.
Amor, sexo, comunicación y confianza; compensando, esperando, y cuidando a esas cuatro enormes palabras. Y sé que sí, porque lo he vivido aunque a ratos no me salgan las cuentas.
Parejas como las de mis amigas son milagros en la llamada generación del amor líquido, qué rápido se evaporan hoy las ganas.
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En el último paseo con el atardecer espléndido y contaminado de Madrid, me encontré con mi amigo P. Cómo le brillan siempre los ojos a este hombre, qué fuerza, qué entusiasmo, qué ganas de estar y aportar. P. tiene muchas historias, infinitos personajes.
Admiro y me nutro de gente que almacena y comparte historias, como él. Qué fortuna la mía al saber que quiere acompañar el nuevo libro con su arte.
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Agua y jabón. Apuntes sobre elegancia involuntaria. Este es el libro que empiezo hoy, un autoregalo de Madrid para evadirme de la rudeza que va ganando Lisboa.
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Nos deseo abundancia y silencio 💫
Gracias por leer hasta aquí, y ¡que tengas bonito día!
Y recuerda…
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