Levanto la vista y veo a mi padre sentado entre el resto de alumnos.
Observo cómo todos escriben sobre la invención que les acabo de lanzar, cada uno inmerso en su cuaderno para soltar notas y dibujar personajes, escenas, lugares.
Sonrío desde el trono de la profesora al ser consciente, ahora, con 37 años, de las pequeñas cosas que mi padre considera importantes cuando elige tomarse algo en serio.
Viene a clase con la bandolera grande, donde cabe el papel, los bolis y caramelos por si de manera inesperada le da un ataque de tos. Odia interrumpir un momento al que él concede el adjetivo sacro, como un espectáculo de teatro, ver una película en el cine o sentarse frente a una persona que explica o comparte algo que sabe.
Mi padre escribe con pluma estilográfica. Me ha regalado ya un par que nunca uso porque nuestras formas de enfrentarnos a la hoja y a la vida son ligeramente distintas. Coincidimos en el color, creo.
Él elige la pluma porque creció con la idea de que la gente con estilo y éxito no firmaba contratos, ni escribía cartas o ponía su nombre con boli bic, lo hacía con pluma.
Recuerdo que antes de ser electricista porque la crisis derrumbó otras opciones, mi padre trabajaba en una oficina y en casa siempre había pululando por encima de alguna mesa, una pequeña cajita con los recambios de tinta para la pluma. La pluma de firmar un recibo, las notas del colegio, la autorización de la excursión. La pluma de escribir sus obras de teatro o las ideas para un escenario, esa vida que se colaba en la rutina con destellos fugaces.
Yo no escribo con pluma porque me gusta apretar con el boli sobre la hoja, y mi padre me regañaba cada vez que lo intentaba con su nueva estilográfica. Eres muy bruta escribiendo, recuerdo haber oído alguna vez. Afloja el lápiz, me decía la monja de turno en el colegio.
Y sí, soy rotunda con el boli, para qué negarlo. Ahora ya no dejo palabras marcadas durante varias páginas, pero sí tengo amago de callo en un dedo por apretar fuerte el vehículo de lo que cuento.
A veces me pregunto por qué y cuándo elegí ser escritora, y casi siempre llego a la conclusión de que no tuve más remedio que optar por una forma de vida donde el arte fuera la forma de expresión, de amor y de encontrar la calma.
Mis palabras son mi bofetada, mi medicación y mi lazo a tierra, a la Luna y a otros. Desde las letras yo construyo peldaños, para mí y para ti. Tengo un camino que según avanzo, voy pintando. Y que me perdone mi padre, pero no puedo ser yo misma si tengo que hacerlo desde el pulso suave que pide escribir con una pluma, mi carácter cuando ejerzo de escritora pide agotarme las manos.
Mi padre me regaló mi primera estilográfica mucho antes de que yo publicara mi primer libro. Supongo que me la dio porque en casa siempre han sabido que me sobran las palabras en el aire y las pongo por escrito para recordar(me) mejor e inventar puertas alternativas. Y ya sabéis, nadie tiene estilo y éxito escribiendo con boli bic.
O al menos, no se lo he demostrado todavía.
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