El maestro que prometió el mar
y otras reflexiones sobre cómo el miedo y la falta de humildad tiñen la realidad de blanco y negro.
Antoni Benaiges es el profesor que protagoniza la película El maestro que prometio el mar. Su cuerpo es uno de los muchos que los falangista, apoyados por la iglesia, arrojaron a fosas aún por descubrir.
Hiela la sangre el saber que 12.000 cuerpos han sido localizados. Y quedan miles. Aquí, en este país que se llama civilizado, de primer mundo.
No se sabe dónde está el cuerpo de Antoni, es un de esos desaparecidos, pero sí conocemos su legado, su historia y su promesa.
Ayer, mientras recibía su historia desde el cuerpo de Enric Auquer, lloré con pena, lloré con preguntas y rabia. Y con la certeza de que si algún día vuelve a asolar las calles la ranciedad que disparó a tantos profesores, artistas, inocentes, la inmensa mayoría de mis amigos, y yo misma, estaríamos muertos por nuestras ideas.
El maestro Antoni Benaiges y sus alumnos, esos a los que quería llevar al mar.
Antes del cine estuve en La Anónima, una librería de Delicias que llevan mi amiga Rocío (también socia del teatro Nave 73) y su pareja, Lorena. En la entrevista que le hice para el podcast Bajo el limonero, hablamos de cultura, de cómo la entienden los gobiernos para que un color u otro, nunca den todo lo que se necesita para cuidarla y protegerla. Hablamos de que la cultura es incómoda porque provoca preguntas, da respuestas, enseña y es testigo de lo que una sociedad vive y anhela.
En esa conversación hablamos de funciones censuradas por la voz que prestan a historias que muchos quieren olvidar. Una de ellas es el trabajo de Alberto Conejero sobre la vida de Antoni Benaiges, titulada como los preciosos cuadernos que hizo con sus alumnos: El mar. Visión de unos niños que no lo han visto nunca.
¿Qué oscura emoción anida en la mente y el estómago de esa persona que decide prohibir este texto sobre un escenario? Me lo pregunto con una incapacidad rotunda para sostener la duda. Qué pretenden, qué creen que consiguen.
Salí del cine negando con la cabeza. Cuando leo y veo estos pedazos de nuestro pasado, reflexiono mucho sobre la posición de la iglesia, estática, errática y apolillada, frente a realidades que han solicitado su ayuda consiguiendo nada.
El rechazo que me despierta el oro y los rituales que vende, viene de todo lo que desvela la historia más reciente. Viene de ese cura de pueblo que exige un cristo colgado en la clase, de ese párroco que prefiere un maestro muerto a un ateo vivo. Viene de la señal de la cruz antes del disparo frente a la tapia.
No son todas las sotanas, pero fueron tantas que su silencio es puro estruendo, pasen las décadas que pasen.
Cuando aparecieron los créditos de la película solo se oían suspiros, llanto volviendo a la calma y pañuelos sonando mocos. Me recompuse con churretes de eyeliner tiznando el pómulo, y salí al ruido de la Gran vía. Ahí, en el peor sitio de la ciudad para pensar a resguardo, solo podía ver con una claridad incómoda, que las guerras son una montaña de promesas sin cumplir, como aquella ilusión que el maestro tenía por llevar a sus alumnos a conocer el mar, su mar.
El miedo a lo desconocido, a tener que aceptar como válido lo que no sabes cuestionarte, y la falta de humildad ante la validez de quien tienes delante, opacan la realidad vistiendola de riguroso luto, con un blanco y negro que asfixia.
Vivimos en una escenografia donde aparentemente no cabe otra guerra civil. Pero quizás también pensaban eso en el 36, o en tantos allí donde se encierra y tortura al que abre las ventanas para que entre luz y aire fresco.
El maestro que prometió el mar es el recordatorio de que no podemos llamarnos civilizados sin caer en la hipocresía hasta que cada familia buscando sus muertos tenga unos huesos sobre los que poner flores.
No podemos llevar la cabeza alta hasta que personas como Antoni Benaiges, Lorca y tantos anónimos tengan un lugar al que acercarnos a decir adiós y dar las gracias. Por sus promesas, por el recuerdo.
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Ay mujer que buena reflexión y crítica de la peli. Creo que no podré verla, parece ese tipo de pelis que me hacen dejar de creer en ''Dios'' pero al mismo tiempo me alivian al no haberlo vivido.
Las guerras son cosas de ego. Existen, muchas iguales que siempre y otras distintas, enmascaradas.
Me entristece pensar que el mundo no está mucho mejor ahora...