La calma en un sujetador de encaje
Un día me di cuenta de que solo utilizaba la lencería bonita los días que intuía - más bien deseaba- tener un encuentro erótico-festivo. Ese mismo día decidí que la ropa interior de encaje (lo que entre mis amigas se llama “bragas de hacer el amor”) iba a ser para cualquier ocasión, porque seducirse a una misma puede ser un acto revolucionario y bastante divertido si te lo tomas en serio.
Me he acordado de esto porque hace unos días me descubrí tomando el sol en noviembre con pantalón de chándal manchado de harina por el trabajo, y un sujetador precioso, de los que piden mano ajena en el broche.
Me miré y llegue a la conclusión de que la forma en que elijo lo que me pongo hoy es más acorde a lo que soy casi cada día, y menos guiada por lo que quiero conseguir un momento concreto.
No sé cómo he llegado hasta esta forma de ejecutar en lo cotidiano, pero deduzco que ha sido buscando la tranquilidad, el autoplacer, y un poco la risa a solas y en chats.
Estos días también he tenido varios cafés que se han alargado en una tentativa de resolver el enigma de las relaciones humanas, o al menos llegando a la conclusión de que lo estamos haciendo lo mejor que sabemos con todo lo que tenemos. Mirando, sintiendo, localizando el botón de `dejar de pensar un ratito´.
Básicamente porque tu plan raras veces coincide con el que terminas viviendo. Te lo recuerdo.
Entre esos diálogos se colaba la certeza de que las expectativas arrasan con la naturalidad, y sin naturalidad, los planes se contaminan de urgencia, miedo y pensamientos extra inoculados por esa historia que le paso a Rita con Manolo, que verás tú como te esté pasando lo mismo.
Parece enrevesado, pero sé que tú que lees también lo has notado.
Ana Milán es una de las mujeres a las que creo que cada día me parezco más. Y no lo digo yo, lo dicen las amigas que me escuchan de manera recurrente, que tienen una opinión más certera y realista, siempre.
Decía en una entrevista que aspirar a la calma es algo a lo que se aprenden con los años. Que te das cuenta de manera casi imperceptible de que la tranquilidad antes, durante y después de un encuentro, de una charla, de un momento, es lo que realmente marca la diferencia a la hora de irte a dormir. Y como insomne intermitente, sé que el descanso nocturno no está nada sobrevalorado.
Que la calma es lo más parecido a la felicidad real, tangible. Y mira, sí.
¿Por qué es tan difícil elegir la paz por encima del confeti? Pues yo creo que porque se necesita pausa para darte cuenta de que el éxito, en un vínculo, en un proyecto, en lo que quieras…está en poder sentir, en la tripa o tu localización personal, el gustito que da la belleza de lo cotidiano, la naturalidad de un gesto simple, o el silencio sanador de un cerebro que no necesita pensar en el próximo paso.
Y la pausa requiere tiempo y espacio. Si con la prisa no se lo das, solo queda el confeti para tapar esas cosillas que mejor no mirar.
No tengo ni idea de por qué mi cabeza ha realizado este círculo de conexiones, pero sí sé la tranquilidad que sentí tomando el sol en chándal y sujetador de encaje.
Primero porque ser sexy pero no mucho es un poco mi esencia, y segundo porque me da paz saber que entre la rutina veloz y el exceso de ideas inútiles, sé dejar cada vez mejor espacio para la combinación de elementos aleatorios, inesperados y con la belleza sutil del encaje negro.
Gracias por leer hasta aquí, y que tengas un buen rato de calma antes de acabar el día.